6 de marzo de 2013

Cuando el tribuno Catón exigió rendir cuentas al guerrero Escipión

Marco Porcio Catón  fue un honrado militar, político y escritor romano, de una familia plebeya nunca dedicada la cosa pública, que vivió estoicamente su juventud en su granja. Quiso el azar que un viejo senador jubilado, Valerio Flaco, harto de la corrupción de Roma,  se estableciera cerca de su propiedad,   compartieran su visión de la vida, y apreciara en el joven su profundo amor a la tierra y a la cultura. Sorprendentemente,  leía a los clásicos y con ellos aprendió a hablar y a escribir con un estilo contundente y envidiable. Valerio Flaco le animó a hacerse abogado y ejercer de ello en Roma, como trampolín para la política. Gracias a la influencia del senador  y a su propia valía, Catón ascendió y destacó en las diversas etapas del “cursus honorum”: cuestor, edil, pretor, cónsul, tribuno y censor.


Se distinguió en la vida militar a la que acudía desde sus cargos civiles. En realidad,  le gustaba más el ejército que el Foro y el Senado, ya que en el primero encontraba la disciplina que él consideraba la madre de las demás virtudes. Sus soldados le consideraban un general tacaño, pero le querían porque iba a pie como ellos, combatía valientemente y tras la victoria,  repartía  la parte estipulada  del botín, entregando el resto al Senado,   sin guardarse nada para él. Ésta que fue la regla general hasta las guerras púnicas, se convirtió después casi en una excepción.

Al Gobierno de Roma no le importaba demasiado la parte del botín que el vencedor se quedaba, siempre que la entrega fuera suculenta. Cuanta más riqueza llegaba a Roma, más se hundía la honradez de magistrados y militares. Quiso Catón impedir esas corruptelas, empeñando su reputación en tan encomiable empresa, a pesar de estar abocado al fracaso. Indro Montanelli, en su obra “Historia de los griegos. Historia de Roma” nos cuenta este episodio:
“En 187, cuando era tribuno, pidió a Escipión Emiliano y a su hermano Lucio, que regresaban vencedores de Asia, que rindiesen cuentas al Senado de las sumas pagadas como indemnización de guerra por Antíoco. Era una petición perfectamente legítima, pero que sorprendió a Roma porque ponía en entredicho la corrección del triunfador de Zama, que, en realidad, estaba por encima de toda sospecha. No se comprende bien qué impulsó a dar aquel paso a Catón, que no podía ciertamente ignorar la integridad del Africano y su inmensa popularidad. Tal vez quiso simplemente restablecer el principio, que estaba cayendo en desuso, de que los generales, cualesquiera que fuesen su nombradía y sus méritos, debían rendir esas cuentas; ¿o tal vez fue por una violenta antipatía hacia el clan de los Escipiones, esteticistas, helenizantes y modernistas?...

Acaso una y otra cosa. Como fuere, el pretexto coligó contra quien presentaba la petición, a aquella oligarquía de familias dominantes que, en el ámbito de la aristocracia senatorial, detentaba prácticamente el monopolio del poder…

El Africano, aun cuando herido en su orgullo, se disponía a responder. Pero su hermano Lucio se lo impidió. Y, sacándose de la cartera los documentos que comprobaban las percepciones habidas y los pagos correspondientes, los hizo pedazos delante del Senado. Por este gesto fue llevado ante la Asamblea y condenado por fraude. Mas el castigo le fue ahorrado por veto de un tribuno, un tal Tiberio Sempronio Graco… El héroe de Zama fue convocado a la Asamblea para ser sometido a juicio. Interrumpió el debate invitando a los diputados al templo de Júpiter para celebrar el aniversario de su gran victoria, que caía precisamente en aquel día. Los diputados le siguieron y asistieron a las funciones que allí se celebraron. Mas,  de vuelta en el Parlamento, convocaron de nuevo al general. Éste se opuso a ello y, amargado por aquella insistencia, se retiró a su villa de Liternum, donde permaneció hasta la muerte. Sus perseguidores le dejaron finalmente en paz. Pero Catón deploró, justamente, que por primera vez en la historia de Roma los méritos de combatiente de un acusado obstaculizaran la justicia, y en este episodio denunció el primer vislumbre de un individualismo que pronto corrompería la sociedad con el culto del héroe y había de destruir la democracia. Los hechos se encargarían de darle la razón.”

¿Cómo podremos explicarnos  los sucesivos triunfos de Catón en las urnas estando enfrentado  a las familias aristócratas y a las mafias del poder establecidas? Se granjeó conscientemente numerosos enemigos, y a pesar de no ser querido,  su honestidad, su honradez y su vida sencilla en aquel ambiente de molicie, de gastos superfluos y corrupción, eran la voz de la conciencia  de los romanosCatón representaba lo que los ciudadanos de Roma  debían ser y no eran, y posiblemente desearan ser sin conseguirlo. A pesar de detestarle por enseñarles sus vicios y mostrarles con su ejemplo el camino a seguir, le respetaban y le daban sus votos porque sabían que con ellos luchaba contra los corruptos y sus vicios.

Durante su última etapa vivió obsesionado con la destrucción de Cartago, al considerar que su progreso era  un peligro para Roma. Por eso, dentro y fuera del Senado repetía una y otra vez: “Ceterum censeo Carthaginem esse delendam” ("Por lo demás, opino que Cartago debe ser destruida"). Y así promovió la Tercera Guerra Púnica con su “Delenda est Carthago”, muriendo cuando el Senado romano había decidido enviar al último Escipión “ad delendam Carthaginem”, cuya destrucción de poco sirvió para  mejorar la vida y costumbres de los romanos. La vida pública de Catón se terminó cuando, harto de tanto esfuerzo inútil contra  la corrupción, se retiró a su sencilla vida campestre y a escribir sus libros, y no cuando otros quisieron.

Con estas referencias de la Historia, ¿Podríamos preguntarnos dónde se alberga hoy en España algún Catón  que pida rendir cuentas a los innumerables Escipiones  sobre sus ingresos, sus gastos y sus despilfarros?

¿Y dónde están los Catones  de hoy que clamen y repitan por doquier “Ceterum censeo corruptelam esse delendam”  para que esta sufrida sociedad española interiorice y defienda ante tantos vulgares Escipiones modernos  su nueva consigna “Delenda est corruptela"? ¿Quedará alguien que cubra esa corruptela con  montañas de sal que eviten vuelva a aparecer sobre el suelo patrio?

3 comentarios:

  1. Muy acertado y propio a los tiempos que vivimos. Yo creo que cada vez hay más gente que pide cuentas, que los políticos de turno rindan las cuentas de lo que se ingresa y lo que se gasta,para saber de una p. vez por donde se van los dineros pero NO LAS DAN.
    Y me gustaría saber por que los Ayuntamientos que son los cercanos al pueblo no publican todas las cuentas hasta el último euro de ingreso y de gasto. Pero cómo vamos a confiar en quienes no se atreven a dar la cuentas a los ciudadanos que pagan sus impuestos. Eso es imposible.
    Lo de hoy me parece extraordinario y a ver si lo cumplen los partidos, los ayuntamientos, las diputaciones , las autonomias y los gobiernos.

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  2. ¿y a quién pedirías tú las cuentas? ¿A ZP o a Rajoy?

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