24 de julio de 2020

El experimento de Asch y la “desescalada” de la pandemia Covid-19 (III de III)

 (Viene del capítulo anterior)

La autoridad recurría a  la idea del “interés general, el interés por la comunidad” recuperando un lenguaje belicista que enardeciera el ánimo de “la gente” en tiempos de zozobra: sufrimiento, esfuerzo, victoria sobre el virus enemigo, unidad… Y muchos temerosos ciudadanos entonaban  cánticos colectivos de resistencia, asumiendo la situación y aun sabiendo que esas palabras sonaban oportunistas en boca de políticos con escasa credibilidad.

La misma sociedad civil que reconocía con sus aplausos la profesionalidad de los sanitarios salvando vidas, aparecía indiferente con los sucesivos fracasos en la adquisición del material sanitario esperando que el buen proceder de las autoridades competentes resolviera el entuerto.  Y los atónitos ciudadanos perdonaban los posibles errores debido a tan especiales circunstancias y al problema general que afectaba a todas las naciones, porque así se lo decían las autoridades y los medios de comunicación repetían…

Incluso las contradicciones habidas durante el tiempo de crisis parecían acciones exitosas porque así lo razonaban los responsables políticos en sus infinitas comparecencias y los medios adictos respaldaban:

   - Las autoridades despreciaron en un principio la idea  del  cierre de fronteras para evitar la expansión de la pandemia e incluso desde los aledaños del poder la tildaron de xenófoba  y racista. Pero cuando otros países lo hicieron, la táctica cambió y el gobierno tomó el control de puertos y aeropuertos diciendo que era ma mejor medida de protección de los ciudadanos.

   - Desde las distintas cadenas televisivas se presionaba a los confinados ciudadanos  haciéndoles creer que unas "manifas" entrañaban riesgos de contagio y otras no,  dependiendo de quienes fueran sus "organizadores u organizadoras" y de los objetivos perseguidos. Por supuesto que las del 8-M o las del “Black lives matter” no conllevaban los mismos problemas que otras realizadas desde el interior de unos vehículos propios  que además añadían contaminación a la atmósfera, según confirmaban comentaristas y tertulianos distinguidos.
   - Los discursos y razonamientos sobre el uso de las mascarillas sufrieron una profunda transformación. Si en un principio fueron considerados objetos inservibles e incluso nocivos para la salud,  con el tiempo pasaron a ser obligatorios en ciertas situaciones y aconsejables en otras. La sociedad consideró beneficioso y necesario este cambio, sin embargo  las autoridades no explicaban por qué no se tomó antes esa medida. Quienes se burlaron en un principio de sus usuarios terminaron por aplaudir su imposición, sin referirse jamás a su carencia y a la dificultad de suministrarlas.Y todo ello para terminar siendo obligatorias en todo lugar tiempo y circunstancia.
    -  Se cambiaron repetidamente los métodos de contar el número de los fallecidos y afectados por el Covid-19 apareciendo un sorprendente reduccionismo que una masa de pacientes ciudadanos no  entendía y las autoridades no esclarecían. España se deslizó del infierno a la gloria estadística en poco tiempo. De una situación del “no pasa nada y estamos preparados para  cualquier emergencia” se llegó a otra  de “histeria colectiva de peligro total” terminando  en un “estado de relajación anímica” en el que el factor sanitario se solapó por el de la recuperación económica con base en el turismo y la hostelería. Si bien es cierto que se ha aconsejado no bajar la guardia por el virus acechante, la sociedad de confiados ciudadanos está percibiendo que lo peor ya ha pasado y el disfrute de la “nueva normalidad”  está cercano y hay que vivirla con intensidad y optimismo.

Todo lo anterior parece dar por bueno el experimento de Solomon Asch: la presión de la autoridad y del grupo imponen sus criterios y conforman la conducta de los ciudadanos. Sólo nos resta identificar a  los “participantes, cómplices y sujeto activo del experimento” con los protagonistas  de nuestra reciente y real historia  de la pandemia y su “desescalada”. Pero eso ya lo habrá averiguado  el avezado lector…

8 de julio de 2020

El experimento de Asch y la “desescalada” de la pandemia Covid-19 (II de III)

Aunque es un error de lógica afirmar que lo que no se ve no existe y de lo que no hay constancia gráfica nadie se acuerda,  suele cumplirse en la vida real que aquello que no llegamos a precibir con los sentidos  se hace invisible para la mente. De los campos de exterminio  de la Alemania nazi (Treblinka, Auschwitz-Birkenau, Mauthasen,…) hemos oído hablar y hemos visto fotografías, pero de los campos de concentración de la extinta URSS, pocos se acuerdan y son menos quienes han contemplado algún vestigio de tan siniestros lugares de reclusión y muerte. Los dirigentes comunistas sabían cómo proceder  para no dejar rastro de los gulalgs y borrarlos así de  la memoria colectiva de la humanidad. 

En estos meses de pandemia Covid-19 nuestras autoridades gubernamentales y algunos medios de comunicación próximos han empleado una particular metodología para conformar los comportamientos de la sociedad que  recuerda el ya analizado experimento de Asch. Resulta difícil que un ciudadano confinado y temeroso de un peligro de contagio masivo  se salga del camino marcado aunque perciba errores o piense diferente de aquello que le dicen. La presión ejercida desde el poder y la colaboración de un grupo social poderoso modifica la conducta de cualquier ciudadano, quien a la vez va perdiendo el sentido crítico de la realidad al vivir en momentos de soledad. 

Vimos en la entrada anterior que una gran mayoría de españoles había  adoptado, contra toda lógica, el término “desescalada”  como la vuelta a la normalidad, debido a una insistente repetición gubernamental y mediática. Pero ese era sólo un ejemplo y no el más importante.

En el capítulo “Así lavamos su cerebro” de la obra  “El alma está en el cerebro”, Eduardo Punset, su autor,  nos dice que “Aislamiento, control, incertidumbre, repetición del mensaje y manipulación emocional son técnicas utilizadas para lavar el cerebro de sus víctimas y cambiar sus creencias.”  Nos recuerda, en el párrafo siguiente, las explicaciones de la doctora Kathleen Taylor sobre la adquisición de nuevas ideas: “¿Qué necesitamos para que una persona cambie su modo de pensar? En primer lugar, necesitamos emociones fuertes. Y, en segundo lugar, necesitamos que mucha gente alrededor del sujeto crea lo mismo. Eso lo hace mucho más fácil”…Si hay muchas personas que constantemente te dicen lo mismo y no hay nadie que te ofrezca algo distinto, la realidad se convertirá para ti en lo que esa gente te diga. No hay nada más, no hay más opciones, no hay fuentes alternativas de información”…"Si uno vive en un mundo uniforme, y no hay nadie que se cuestione las cosas, todo se dirige a confinar las ideas y a reforzarlas".

Coherentes con la ocultación de vestigios reales, el actual gobierno se propuso evitar que los ciudadanos percibieran cualquier síntoma de dolor y muerte generados por la peste vírica  y lo ha conseguido. A pesar de los centenares de miles de enfermos y las decenas de miles de fallecidos habidos en España, las cadenas de televisión no han mostrado nunca escenas de sufrimiento ni de entierros en soledad. En cambio, sí nos enseñaban enterramientos y cementerios de Nueva York o Brasil. Hablaban de miles de muertos de catástrofes ajenas solapando los propios, proporcionalmente mayores, convertidos en números invisibles de estadística que no generaban ni angustia ni desconsuelo…

El decreto del Estado de Alarma, frecuentemente prolongado,  sirvió para incluir cuestiones ajenas a la pandemia y sus aspectos sanitarios (ingreso de Pablo Iglesias en el CNI, pacto con Bildu sobre la Reforma Laboral, ERTES,…). A la sociedad se le decía que esa situación especial era por el bien de su salud y los medios de comunicación afines se encargaban de ocultar opiniones contrarias. Con la imposición del principio de autoridad se restauró la verticalidad del poder,  la capacidad de decisión de un solapado Estado de Excepción y limitaron algunos derechos fundamentales (reunión, manifestación…). Pero la “gente”, mayormente, lo asumió desde su confinamiento sin resistencia alguna porque así se lo decían…y así se lo ordenaban.

Con motivo de la pandemia se pretendió revalorizar el sector público, especialmente el sanitario,  en oposición al privado, despreciando  su complementariedad y la necesidad de supervivencia de ambos. Personalidades relevantes,  muy   defensoras de la sanidad pública y muy críticas con la privada, se curaron en hospitales privados, sin darse por aludidas cuando las criticaba su hipócrita incoherencia. Ante semejante escenario, muchos medios  de información ¿? callaban y sus allegados políticos acusaban al discrepante de ser enemigo del bien común general representado en lo público y ser cómplice del negocio de lo privado. Y mientras, una multitud de ciudadanos desconcertados observaba y guardaba para sus adentros  sus opiniones…

(Continuará en el próximo capítulo)