25 de abril de 2023

LA AGRUPACIÓN AL SERVICIO DE LA REPÚBLICA: “DISOLUCIÓN SIN RUIDO NI ENOJOS”

En el discurso “Rectificación de la República” del día 6 de diciembre de 1931, Ortega y Gasset  marcó  ya sus diferencias en varias cuestiones contenidas en el proyecto constitucional y con algunas actitudes políticas del gobierno. Ortega criticaba el anticlericalismo, las autonomías que reavivaban los nacionalismos y la intervención del Estado en el mundo empresarial y la economía. También se distanció de la derecha más conservadora que intentaba mantener sus privilegios. Realmente pretendía, desde una visión elitista de la política,  que se hicieran las reformas que el régimen de la restauración monárquica no supo o no quiso hacer, pero sin dejar campo a la izquierda más extrema, y evitando siempre el enfrentamiento partidista.

En la misma conferencia pronunciada días antes de la aprobación de la Constitución republicana, Ortega  también se mostró partidario de formar un gran partido nacional  y proponer a Miguel Maura como su probable líder  para dirigirlo. Se trataba de un partido político nuevo en el que cupieran todas las clases sociales españolas y estuviese  impregnado de un fuerte carácter social. A pesar de ser crítico con la derecha conservadora, Ortega nunca se aproximó al socialismo.

Al no poder constituirse el  gran partido deseado, el desencanto de los dirigentes de la A.S.R. fue creciendo en  la misma medida en la que se iban distanciando de la acción política activa.  Parece ser que los intelectuales de esa formación no se adaptaron al juego y debate dialéctico del día a día. Es indudable que tenían las ideas muy bien articuladas, pero no lograron con sus brillantes palabras e ideología centrada enfervorizar a un pueblo que se mostraba cada día más proclive a los extremismos.

Así como la ilusión por cambiar España había motivado la creación de la Agrupación, el desánimo  surgido  en sus principales líderes, fruto de la realidad compleja de la política y del cariz de ciertas medidas tomadas por sus responsables, algunos de ellos demasiados radicales, les llevó a tomar una tajante decisión.  

Poco tiempo pasó desde la esperanzada proclamación de la República  hasta el pesimismo que les causaba el rumbo tomado y llevado cada día más por una política de  “las masas” en la que las posturas individuales resultaban estériles frente   a  las acciones de unos partidos muy institucionalizados. Todo lo anterior y la frustración que debió sentir al no poder formarse su partido de ámbito nacional, centrado y alejado de totalitarismos de uno y otro bando,  les movieron a disolver la Agrupación que había resistido menos de dos años.

El 29 de octubre de 1932, el periódico Luz publicó El «Manifiesto disolviendo la Agrupación al Servicio de la República». En él  Ortega explicaba que la República estaba ya “suficientemente consolidada”, que su grupo había conseguido el objetivo fijado  y se disolvía “dejando en libertad a sus hombres para retirarse de la lucha política o para reagruparse bajo nuevas banderas y hacia nuevos combates”.

Los miembros de la A.S.R. continuaron su trayectoria política en distintos partidos; la mayor parte pasó al Grupo Republicano Independiente, pero algunos pasaron al Frente Popular.

A continuación se expone el texto del Manifiesto de disolución de la A.S.R.

AL  SERVICIO  DE LA REPÚBLICA.

UN MANIFIESTO AL PAÍS DISOLVIENDO LAAGRUPACIÓN

“Firme el nuevo  régimen  sobre el suelo de España, la Agrupación   debe   disociarse  sin  ruido  ni   enojos”

Como  iniciadores  de la  Agrupación  al  Servicio  de  la  República  nos  reunimos  el   jueves,   13,  con  los  demás   diputados   que  forman   el   grupo    parlamentario    adscrito  a  aquélla,  y  les  expusimos   nuestro   convencimiento   de  que,  habiéndose  logrado    tiempo    hace   las   finalidades    precisas   que   nuestro    llamamiento   de   enero  1931 enunciaba,  era  obligatorio  dar  por  terminada   la  actuación   conjunta   de  los  que  entonces  nos  reunimos.  Los  diputados  que  integran   la  minoría   parlamentaria    reconocieron   sin   discrepancia   la   necesidad   de   lo   propuesto   por   nosotros,  y   acordaron   la  disolución  del  grupo   representante   de  nuestro   movimiento,  encargándonos  de  comunicar  el  acuerdo  a  los  núcleos  locales   repartidos   por   todo  el  país. 

Por  nuestra  parte,  al  cumplir  esta  Indicación  de  nuestros  compañeros  parlamentarios,  invitamos  a  los  de  toda   España   para  que  deliberen   sobre  la  conveniencia   de  no  seguir   actuando   bajo   el  nombre   y   disciplina   de  la   Agrupación   al   Servicio   de  la   República.   Ninguna   razón   nueva,  ningún   hecho   sobrevenido,   salvo   la  ocasión   de  anunciarse   ahora   el  intento   de  nuevas   conjunciones   republicanas,  obliga   a  tomar  tal   resolución   en  esta   fecha.   Pero,  a  nuestro   juicio,   emana   el   presente   acuerdo   del  significado   mismo   que  tuvo   nuestro   empeño,   cumplido   el  cual,   por  fortuna,   hace   tiempo,   no  se  advierte   razón   firme  que  recomiende   la  perduración   de  nuestra   campaña. 

 La   Agrupación   al  Servicio   de  la   República   nació   con  estos  dos  propósitos  exclusivos:  combatir   el  régimen   monárquico  y   procurar   el  advenimiento   de  la  República   en   unas   Cortes   Constituyentes.    Pudo   juzgarse   entonces   que   esto   último  era  utópico;   pero   ello   es  que  los  hechos,  por  una  vez,  confirmaron   la   utopía,  y  con  una  velocidad   y  una  sencillez   tales,  que  dejaron   atrás   nuestro   utopismo.   La   índole   de  ambos   propósitos   eliminaba   todo   intento   de  dar  a  la  Agrupación   el  carácter   estricto   de  partido   político.  Por  eso  llamamos   no  sólo  a  los  que  pudieran   discrepar   en  la  concreción   de  sus  programas   políticos,  sino  muy   especialmente  a  los  que  no  eran   políticos,  invitándoles   a  suspender   provisionalmente   las  tareas   de  su  vocación   personal   para   acudir   a  una  urgencia  nacional   de  histórico   rango.

  Cuando  se  hizo  por el  Gobierno  provisional  la  convocatoria  a  elecciones  para  Cortes  Constituyentes,  fueron   reunidos  en  Asamblea  los  representantes  de  todos  los  grupos   locales,  y  se  acordó   no  acudir  al  cuerpo  electoral   con  aspiraciones  de   grupo   político,   si   bien   la   mayoría   de  los  asambleístas   creyó   conveniente   conservar   la  Agrupación   como  tal, sin  los  caracteres   rigorosos   de  un  partido. 

Al  terminar  la  discusión  constitucional,  el  Sr.  Ortega  y  Gasset  creyó   llegada   la  hora  de  no  mantener  juntos   los  que  habían   sido   unidos   para  una  tarea  ya  lograda;   pero   casi   todos   los  demás   diputados   de  la   minoría    parlamentaria    opinaron  que  debía  ésta  proseguir  su  labor,  teniendo  en  cuenta  que se  avecinaba  obra  legislativa  tan  importante  como  el  Estatuto  catalán  y  la  reforma   agraria.   Una   vez   promulgadas   estas   dos  grandes    leyes,   no   parece   que   deba   darse   nueva   demora  a  la  disolución   de  nuestra  colectividad.

 Insistimos,   pues,  en  que  no   hemos   querido   formar   un  partido,   y   siempre   que   por  mejor   opinión   ajena   se  resolvió   continuar   reunidos,   hicimos   constar   los   iniciadores   que  había   de  ser  ello   con  el  designio   de  fomentar   la  creación  de  grandes  fuerzas  políticas.  A  ello  obedece  el  llamamiento  que  uno  de  nosotros  hizo  en  diciembre  último   para  que  se  formase  un  ingente  partido   nacional.  No  se  logró  esta  incitación,  que quedó  en el  aire  inválida  y  sin  que  nadie,  entonces,  fuera  de  nuestro  grupo,  la  considerase  oportuna  ni  acaso  discreta.  Pero,  consecuentes  con  aquella   idea,  y   oyendo  que  se  hacen  hoy  de  otros   lugares   llamamientos   análogos,   no  queremos   ser  estorbo   para   su   buen   éxito   e   invitamos   a   nuestros   agrupados   para   que  recobren   plena   franquía   y   acudan   donde  su  juicio   sobre   la  actual   situación   política   les   recomiende. 

 La   Agrupación   ha  laborado   en  el   Parlamento   cuanto   ha  podido.   Su  obra  y   esfuerzo   efectivos  han  sido   mayores   de  lo  que  las  apariencias  han  revelado,  porque   procuró   afanarse  con  modestia  y  sin  ruido.   Cuando   los  Gobiernos  han  planteado   problemas  legislativos,  empezando  por  la  Constitución,  ninguna   minoría   ha   tardado    menos   en   presentar   un   dictamen   completo   e   intensamente   estudiado.  Nuestros   representantes  han  trabajado  con  denuedo  ejemplar  en  casi  todas   las  Comisiones   parlamentarias,  y   merecen   de  todos   nuestros   agrupados,   y  especialmente  de  nosotros,  fervorosa  gratitud.

 La    República    está   suficientemente    consolidada    para   que   pueda   y    deba    comenzar  en ella  el  enfronte  de las opiniones.  Mas la  Agrupación,  por su  génesis  misma,   por  su  espíritu   e  intento   inicial,   no   puede   ser  una  fuerza   adecuada   para  combatir   frente  a  otras  fuerzas   republicanas.   Nació   para  colaborar   en  el  advenimiento   de  la   República   sin   adjetivos   ni   condiciones.   Firme   el   nuevo   régimen   sobre   el   suelo   de   España,   la   Agrupación    debe   disociarse   sin   ruido   ni   enojos,   dejando   en   libertad   a   sus   hombres    para    retirarse   de   la   lucha   política   o  para   reagruparse   bajo   nuevas   banderas   y   hacia   nuevos   combates.

José  Ortega   y  Gasset.  Gregorio   Marañón. Ramón  Pérez  de   Ayala.

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Fuente:  Luz. Diario de la República. Sábado  29  de   octubre   de   1932. (AÑO I, NUMERO  255) 

http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0003522891&search=&lang=es

 

16 de abril de 2023

AGRUPACIÓN AL SERVICIO DE LA REPÚBLICA: ORTEGA Y LA “RECTIFICACIÓN DE LA REPÚBLICA” (VII de VII)

(Viene de la entrada anterior AGRUPACIÓNAL SERVICIO DE LA REPÚBLICA: ORTEGA Y LA “RECTIFICACIÓN DE LA REPÚBLICA” (VI)

El beneficio del obrero no puede venir de la renta del capitalismo

     Por eso en mis primeras palabras en el Parlamento pedía yo al partido socialista español, que es sin duda un excelente, un admirable educador de multitudes, aunque a veces las excite sin mesura, como, por ejemplo, en la última propaganda electoral; pedía yo al partido socialista español que enseñase a los obreros algo que es perogrullesco, una verdad incontrovertible: que para ser ellos menos pobres tenían que ayudar a hacer una España más rica. (Muy bien.)

     El beneficio del obrero no puede venir de la renta del capitalismo. Así lo proclamaba el socialista Wissel, que fue ministro de Trabajo en Alemania. "La participación de los obreros no puede crecer -decía- sino en la medida en que crezca el rendimiento total de la economía nacional." (Muy bien.) Por eso añado yo: un partido de amplitud nacional que acepte ese movimiento ascendente de la humanidad jornalera y que cuide de que sus empresas tengan la seriedad que garantiza el cumplimiento llevará en su programa el máximo aventajamiento del obrero, pero sólo el compatible con la integridad de la economía nacional. (Grandes aplausos.)

     Para colaborar en el engrandecimiento de esta economía bajo el régimen republicano se llama desde aquí a las clases productoras españolas. Todo el mundo advierte que, habida cuenta de las condiciones de nuestro suelo, del retraso de nuestra técnica, es nuestro país el que en más breve tiempo y con más facilidad puede lograr un progreso relativo mayor. Todo está por hacer: en la técnica de la producción y en la técnica de la administración. No hace muchos días me refería alguien que en más de una provincia española el modo de recaudar la contribución territorial es éste tiene que ir el propietario con el recaudador a casa del herrero, para que éste haga constar cuántas calzas de arado ha vendido al labrador. Es decir, la Administración a ojo de buen cubero más extremada que se pueda imaginar, tan ruda, tan primigenia, que a no hablarse en la anécdota de hierro y de agricultura habría que pensar en la época neolítica.

     Está, pues, todo por hacer. Tarea posible es para encender la ilusión de todo el que no sea un inerte, sobre todo si la República consigue contaminar a los españoles de entusiasmo por la técnica.

 Para esa gran obra de enriquecimiento nacional se llama desde aquí a los capitalistas españoles. Pero este llamamiento, que es hecho con toda efusión, tiene que ir perfilado con estricta severidad. Se llama al capitalista para que denodadamente sirva a la nación, y no al revés.

No se le llama para poner un partido al servicio del particular de la clase capitalista; se le llama como una forma de trabajo, para trabajar en la planificación de España. Quede claro, pues, que hoy el capitalista en España tiene que aprender una disciplina de sacrificio; pero bien entendido que también es menester que se le tranquilice sobre el sentido, límites y fertilidad en ese sacrificio. De aquí que sea de extrema urgencia un magno proyecto, un plan íntegro de reformas en la economía nacional. Yo no sé si los capitalistas españoles acudirán a este llamamiento. Confieso sinceramente que a mí mismo me sorprende un poco que tenga que ser hecho. No debía ser necesario llamarlos, sino que debían estar ya ahí, desde el primer instante, y sin llamamiento alguno. Porque no tiene sentido condicionar la adhesión a un Estado nacional; otra cosa equivale a moralmente desterrarse, a salirse de la nación, a enajenarse. Si ellos se creían injustamente vejados, pudieron, reuniéndose en fuerza política, acometer al Gobierno, pero sin dejar ni durante una fracción de segundo de actuar según su deber y su ser de capitalistas en la vida nacional, impidiendo en lo posible la paralización de la producción y del crédito.

     Lo que pasa es que los capitalistas españoles no están bien acostumbrados. Yo, que ahora los llamo a colaborar, quiero lealmente hacerles esta advertencia. Si se exceptúan los propietarios andaluces y de alguna otra gleba, que han sido, preciso es reconocerlo, insoportablemente tratados, los demás capitalistas españoles no tienen derecho a quejarse de la República. Y si dan una vuelta por el planeta traerán algo que contar. (Aplausos.)

     Lo que ocurre es que estaban mal acostumbrados; no estaban hechos a luchar por sí mismos, como acontece a sus parejos en las otras naciones, sino que se habían habituado, como la iglesia, a vivir bajo el amparo y el mimo del Estado. Esto explica que habiendo padecido tan poco de la política social, el capitalismo español, sólo con unos cuantos gestos y unos cuantos vocablos ariscos de los gobernantes, ha caído en el pavor. Recuerdo a este propósito una ingenua anécdota que hace muchos años leí en las memorias de una princesa rusa. Había gran fiesta en la Corte, y toda ella bajaba la escalinata de palacio. De pronto se oyen gritos de ¡fuego! Prodúcese la natural confusión, todo el mundo desaparece, vacando cada cual a su salvación. Queda la pobre princesa sola en medio de la escalinata y ante un terrible conflicto: tener que bajar sola la escalera, cosa que no había hecho en su vida, porque siempre había encontrado el oportuno apoyo del brazo de un gentilhombre o de la mano de un chambelán. Es decir, que lo que para cualquiera de nosotros es la operación más sencilla descender una escalera, era para esta pobre criatura atrofiada por privilegios un conflicto casi trágico. (Risas.)

Las dos potencias de la humana actividad

     Es preciso, pues, que sin desánimo, las fuerzas favorecidas antes por el Estado se acostumbren a vivir bravamente a la intemperie; creedme que la intemperie es cosa sana: tonifica el músculo y aligera la cabeza. (Grandes aplausos.)

     Si vienen a este movimiento político, sepan que lo van a hallar previamente constituido por la gente del trabajo, trabajadores de la mente y trabajadores de la mano, que con ellos ha de colaborar; que a esos trabajadores se llama aquí a concurso antes que a nadie, porque la vida de un pueblo es sustancialmente esas dos cosas: manufactura y mentefactura. Esas dos potencias de humana actividad tienen que dar el tono en el nuevo partido posible. Esas dos y esta tercera: la juventud.

     Pero a este llamamiento puede dirigirse una objeción justísima, fundada en la escasa capacidad de acción política que padece quien lo hace. Sin embargo, pienso que la tarea a emprender es tan integral, que en ella pueden aprovecharse no sólo las virtudes, sino también los vicios, y yo creo que algunos de los míos son explotables, y que ellos precisamente indican que sea yo quien levante ante el país esta bandera. Pero repito que la objeción es justísima, y como quiero cuentas limpias con mis conciudadanos, advierto desde ahora que no consideraré como existente el movimiento si no acuden a él hombres dinámicos, políticos en el sentido más estricto, que se hallen ya en la brecha, aptos para todo combate, y que compensen con su eficacia lo inválido de mi persona.

Palabras finales

     Yo quisiera convencerlos de que van a hacer muy poco si extenúan su esfuerzo, como hasta ahora, en pura dispersión. La República nueva necesita un nuevo partido de dimensión enorme, de rigurosa disciplina, que sea capaz de imponerse, de defenderse frente a todo partido partidista. Por eso me da pena ver cómo en este mismo Parlamento actual pierden la mayor parte de su energía viviendo en grupos dislocados, cuando no en singularidad solitaria, atractiva y grácil, sin duda, pero inoperante.

     Hay algún grupo compuesto por hombres excelentes, dirigido por personas que han dado ya pruebas de sus dones de mando, de su aptitud para la política más difícil, que es la política quirúrgica, y que no podrá dar todo su rendimiento al país si no acude a colaborar en un gran partido de rigurosa disciplina, como el que yo he venido aquí a postular. Hay también alguna personalidad, hoy señera, todo brío y nervio, en quien todos ven una admirable vocación de político, y a quien tanto debe la República, que sólo con rasparse los residuos de un vocabulario extemporáneo derechista, incompatible con su temperamento y el estilo actual de su figura, podría destacar sobre el fondo de este partido y cuajar en gran gobernante. (Gran ovación, que se hace extensiva a D. Miguel Maura, que ocupa uno de los palcos.)

Piensen, les digo, que la obra por hacer es ingente, y tiene que serla también el instrumento; se trata de tomar a la República en la mano para que sirva de cincel con el cual labrar la estatua de esta nueva España; para urdir la nueva nación, no sólo en sus líneas e hilos mayores, sino en el amoroso detalle de cada villa y de cada aldea. Se trata, señores, de innumerables cosas egregias que podríamos hacer juntos y que se resumen todas ellas en esto: organizar la alegría de la República española. (Grande y prolongada ovación.)

José Ortega y Gasset

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FUENTES:

EL  DISCURSO  DE  DON  JOSÉ  ORTEGA  Y  GASSET.  UN LLAMAMIENTO  PARA  LA  CREACIÓN  DE UN PARTIDO DE  AMPLITUD  NACIONAL  (Texto   taquigráfico   del  discurso   pronunciado   el  domingo   por   el  ilustre  filósofo). Año  XV.—Núm.  4.468   “El Sol”  Diario  independiente,  martes 8 de diciembre  de  1931 (páginas 4 y5)

http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0000462970&page=1&search=&lang=es

En la hemeroteca de La Vanguardia se encuentra una versión reducida de la conferencia de Ortega y Gasset, a la que se puede acceder mediante el enlace siguiente http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/2004/08/12/pagina-16/33665926/pdf.html