11 de enero de 2023

El desencanto de Ortega se reflejó en el ¡¡¡No es esto, no es esto!!!

 Las Cortes Constituyentes surgidas de las elecciones del 28 de junio de 1931,  en las que la Agrupación al Servicio de la República (A.S.R.) obtuvo trece diputados, estuvieron presididas  por el socialista Julián Besteiro y su finalidad principal era la elaboración de una nueva Constitución. Durante ese proceso, la bronca entre los distintos partidos del Pacto de San  Sebastián  fue aumentando más de lo esperado.

Las críticas de los partidos del centro y de la derecha se focalizaron, principalmente,  en los Artículos 26 (cuestiones religiosas)  y 44 (propiedad e intervención del Estado), así como en la nueva estructura territorial determinada por la autonomía regional. Entre los días 27 de agosto y 9 de septiembre se celebraron los debates sobre el proyecto de la Comisión de la Constitución.

Don José Ortega y Gasset intervino como portavoz de la A.S.R y,  entre otras cosas, dijo que:

-        "Nuestro grupo siente una alta estimación por el proyecto que esa Comisión ha redactado" ("hay en este proyecto auténtico pensamiento democrático, sentido de responsabilidad democrática", añadirá más adelante) pero advirtiendo a continuación que "esa tan certera Constitución ha sido mechada con unos cuantos cartuchos detonantes, introducidos arbitrariamente por el espíritu de propaganda o por la incontinencia del utopismo".

-        Entre esos "cartuchos detonantes" se encontraba el controvertido asunto de la  “autonomía” destacando que para el proyecto de Constitución "la autonomía era algo especial, puesto que no la estatuye para todos los españoles". Responde, más bien, a los deseos "de dos o tres regiones ariscas", y eso dará lugar  a "dos o tres regiones semi-Estados frente a España, a nuestra España".

 -        El otro "cartucho detonante" se encontraba en el Art. 26, “donde la Constitución legisla sobre la Iglesia" y eso le parece "de gran improcedencia".​

“Yo dudo mucho que sea la mejor manera para curarse de tan largo pasado como es la historia del Estado-Iglesia, esas liquidaciones subitáneas [la disolución de las órdenes religiosas que aparecía en el artículo 24, luego 26, del proyecto]; no creo en esa táctica para combatir el pasado. (...) Nosotros propondríamos que la Iglesia, en la Constitución, aparezca situada en una forma algo parecida a lo que los juristas llaman una Corporación de Derecho público que permita al Estado conservar jurisdicción sobre su temporalidad” (Juliá, Santos (2009). La Constitución de 1931. Madrid: Iustel. pp. 277-290)

Ver con este enlace: https://es.wikipedia.org/wiki/Rectificaci%C3%B3n_de_la_Rep%C3%BAblica

Ese mismo día 9 de septiembre de 1931, Don José Ortega y Gasset publicó  en el diario “CRISOL” un  relevante artículo, cuyo texto íntegro se expone a  continuación.

Un aldabonazo

“No es esto, no es esto”

“Desde que sobrevino el nuevo régimen no he escrito una sola palabra que no fuese para decir directa o indirectamente esto: ¡No falsifiquéis la República! ¡Guardad su originalidad! ¡No olvidéis ni un instante cómo y por qué advino! En suma: autenticidad, autenticidad...

Con esta predicación no proponía yo a los republicanos ninguna virtud superflua y de ornamento. Es decir, que no se trata de dos Repúblicas igualmente posibles -una, la auténtica española, otra, imaginaria y falsificada- entre las cuales cupiese elegir. No: la República en España, o es la que triunfó, la auténtica, o no será. Así, sin duda ni remisión.

¿Cuál es la República auténtica y cuál la falsificada? ¿La de “derecha”, la de “izquierda”? Siempre he protestado contra la vaguedad esterilizadora de estas palabras, que no responden al estilo vital del presente --ni en España ni fuera de España. ¿Qué es la “derecha” y la izquierda” en la política alemana o inglesa o rusa en la fecha actual? Para un liberal,  el bolchevismo es “derecha”; para un conservador del siglo XIX --el siglo de “derechas” e “izquierdas”--el fascismo es “izquierda”. La misisión del vocablo es orientar en la selva de lo real poniendo en ella la rosa de los  vientos su gran aspaviento cardinal. Ahora bien, esos vocablos del pasado siglo confunden nuestro presente al pretender definirlo.

No es cuestión de “derecha” ni de “izquierda” la autenticidad de nuestra República, porque no es cuestión de contenido en los programas. El tiempo presente, y muy especialmente en España, tolera el programa más avanzado. Todo depende del modo y del tono. Lo que España no tolera ni ha tolerado nunca es el “radicalismo” -es decir, el modo tajante de imponer un programa-. Por muchas razones, pero entre ellas una que las resume todas. El radicalismo sólo es posible cuando hay un absoluto vencedor y un absoluto vencido. Sólo entonces puede aquel proceder perentoriamente y sin miramiento a operar sobre el cuerpo de éste. Pero es el caso que España -compárese su historia con cualquier otra- no acepta que haya ni absoluto vencedor ni absoluto vencido. Repugna desde lo más hondo de las entrañas esta situación inhumana. Muchas veces he hecho notar la insistencia pasmosa y única en la Historia  con que el fervor español se ha dirigido en toda luha al vencido: Lucano , cordobés, canta a Pompeyo humillado, no a César victorioso y Cervantes se abraza al pobre cincuentón manchego que es el perpetuamente vencido, el Vencido esencial.

Pero en esta hora de nuestro destino acontece, además, que ni siquiera ha habido vencedores ni vencidos en sentido propio, por la sencilla razón de que no ha habido lucha, sino sólo conato de ella. Y es grotesco el aire triunfal de algunas gentes cuando pretenden fundar la ejecutividad de sus propósitos en la Revolución. Mientras no se destierre de discursos y artículos esa “revolución” de que tanto se reclaman y que, como los impuestos en Roma, ha comenzado por no existir, la República, no habrá recobrado su tono limpio, su son de buena ley. Nada más ridículo que querer cobrar cómodamente una revolución que no nos ha hecho padecer ni nos ha costado duros y largos esfuerzos. Son muy pocos los que, de verdad, han sufrido por ella, y la escasez de su número subraya la inasistencia de los demás. Una cosa es respetar y venerar la noble energía con que algunos prepararon una revolución y otra suponer que ésta se ha ejecutado. Llamar revolución al cambio de régimen acontecido en España es la tergiversación más grave y desorientadora que puede cometerse. Lo digo así, taxativamente, porque es ya excesiva la tardanza de muchas gentes en reconocer su error, y no es cosa de que sigan confundidos lo ciegos con los que ven claro. Se hace urgentísima una división de actitudes para que cada cual lleve sobre sus hombros la responsabilidad que le corresponde y no se le cargue la ajena.

Las Cortes constituyentes deben ir sin vacilación a una reforma, pero sin radicalismo -esto es, sin violencia y arbitrariedad partidista-. En un Estado sólidamente constituido pueden, sin riesgo último, comportarse los grupos con cierta dosis de espíritu propagandista; pero en una hora constituyente eso sería mortal. Significaría prisa por aprovechar el resquicio de una situación inestable, y el pueblo español acaba por escupir de sí a todo el que “se aprovecha”. Lo que ha desprestigiado más a la Monarquía fue que se “aprovechase” de los resortes del Poder público  puestos en su mano. Una jornada magnífica como ésta, en que puede colocarse holgadamente y sin dejar la deuda de graves heridas y hondas acritudes, al pueblo español frente a su destino claro y abierto, puede ser anulada por la torpeza del propagandismo.

Yo confío en que los partidos al fin y al cabo nuevos -algunos muy viejos, pero que hasta ahora no han logrado sumar muchos votos-  no pretenderán hacer triunfar a quemarropa, sin lentas y sólidas propagandas en el país, lo peculiar de sus programas. La falsa victoria que hoy, por un azar parlamentario, pudieran conseguir caería sobre la propia cabeza. La historia no se deja fácilmente sorprender. A veces lo finge, pero es para tragarse más absolutamente a los estupradores.

Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: “¡No es esto, no es esto!”

La República es una cosa. El “radicalismo” es otra. Si no, al tiempo”.

José Ortega y Gasset

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“Un aldabonazo” por José Ortega y Gasset. CRISOL. DIARIO DE LA REPÚBLICA, 9 DE SEPTIEMBRE, Año I, número 100. http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0003872100&search=&lang=es

 

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