4 de abril de 2019

El discurso de Nicolás Sarkozy que hizo historia (1 de 6): Necesidad de nación

El 29 de abril de 2007, Nicolás Sarkozy pronunció  un discurso histórico en Bercy ante miles de seguidores enfervorizados que ya lo veían como futuro Presidente  de la República francesa. Diversos analistas lo catalogaron como uno de los discursos mejor construidos de la Historia, tanto por su contenido ideológico contra los fervores del mayo del 68 como por la forma emotiva y retórica empleada,  dentro de una escenografía espectacular.
 

Días antes, Sarkozy ya había dejado en evidencia a Le Pen por su intento de menosprecio apoyándose en el origen extranjero de sus padres con una defensa encendida de los valores patrios:   

 "Sí, yo soy descendiente de inmigrantes, hijo de un húngaro y nieto de un griego que luchó por Francia en la Primera Guerra Mundial. Sí, mi familia vino de fuera. Pero en mi familia, señor Le Pen, amamos a Francia porque sabemos lo que le debemos. Francia no es una raza, no es una etnia, no es el derecho de la sangre, es una voluntad de vivir juntos y compartir los mismos valores." (Discurso en Tours), 

Sarkozy utilizó gran parte de su alocución en Bercy para atacar y desmontar la herencia del mayo parisino del 68 por creer que fue el origen de todos los males de la Francia de esos días. Sería muy recomendable que se conociera la  profundidad del mensaje de Sarkozy y se debatiera, especialmente en esa derecha española que demasiadas veces se presenta acomplejada. Dada la densidad del contenido de ese alegato,   lo dividiremos en distintas entradas.

Nota: El texto  del discurso mencionado ha sido tomado del periódico digital “El Manifiesto”, que permite su difusión (“Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia”), deseo que cumplimos y agradecemos. 

 Necesidad de nación (Extracto del discurso de Bercy, 29 de abril de 2007,  recogido en “El Manifiesto”, periódico digital, el 7-5-07)

«El pensamiento único, que es el pensamiento de quienes lo saben todo, de quienes se creen no sólo intelectualmente sino también moralmente por encima de los demás, ese pensamiento único había denegado a la política la capacidad para expresar una voluntad. Había condenado la política. Había profetizado su caída imparable frente a los mercados, las multinacionales, los sindicatos, Internet. Se sostenía que en el mundo tal cual es hoy, con sus informaciones que se difunde instantáneamente, sus capitales que se desplazan cada vez más rápido y sus fronteras ampliamente abiertas, la política ya no jugaría más que un papel anecdótico y que ya no podría expresar una voluntad, porque el poder pronto estaría compartido, diluido, disperso en red; porque las fronteras estarían totalmente abiertas y los hombres, los capitales y las mercancías circularían sin obedecer a nadie. Pero la política retorna. Retorna por todas partes en el mundo. La caída del Muro de Berlín pareció anunciar el fin de la Historia y la disolución de la política en el mercado. Dieciocho años después, todo el mundo sabe que la Historia no ha terminado, que siempre es trágica y que la política no puede desaparecer porque los hombres de hoy sienten una necesidad de política, un deseo de política como rara vez se había visto desde el fin de la segunda guerra mundial. 

Necesidad de nación.  

La necesidad de política tiene por corolario la necesidad de nación. La nación también había sido condenada. Pero aquí está de nuevo, para responder a la necesidad de identidad frente a la mundialización, vivida como una empresa de uniformización y mercantilización del mundo en la que ya no quedaría lugar para la cultura y para los valores del espíritu. Quizá la inquietud es excesiva, pero es bien real y expresa una necesidad de identidad muy fuerte. Por todas partes la he encontrado en esta campaña; en todas partes me han hablado de ella gentes de toda condición. Pero la nación no es sólo la identidad. Es también la capacidad de estar juntos para protegerse y para actuar. Es el sentimiento de que no se está solo para afrontar un futuro angustioso y un mundo amenazante. Es el sentimiento de que, juntos, se es más fuerte, y podremos hacer frente a lo que, solos, no podríamos afrontar. 

Yo he querido volver a poner la voluntad política y Francia en el corazón del debate político. La voluntad política y la nación están siempre para lo mejor y para lo peor. El pueblo que se moviliza, que se convierte en una fuerza colectiva, es una potencia temible que puede actuar tanto para lo mejor como para lo peor. Hagamos las cosas de manera que sea para lo mejor. Conjuraremos lo peor respetando a los franceses, manteniendo nuestros compromisos, respetando la palabra dada. Conjuraremos lo peor haciendo que la moral retorne a la política."

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