14 de enero de 2018

LA ESCUELA DEBE FORMAR, NUNCA ADOCTRINAR

El sistema educativo debe ser el instrumento de formación que capacite al individuo para obrar y decidir libremente y no el medio de adoctrinamiento que le  prive de conciencia crítica y lo convierta en un mero transmisor  de la tendencia política imperante.

En estos días de zozobra,  la experiencia está demostrando que el adoctrinamiento ciega la razón y estimula las pasiones que llevan, en casos extremos,  a posiciones xenófobas y de supremacía con quienes piensan  diferente. 

Gobiernos de todos los signos, desde el Estado o desde las CCAA  han pretendido  y pretenden instrumentalizar la educación y ponerla a su servicio  para introducir desde ella en la sociedad  sus propias  consignas ideológicas y la defensa de sus intereses.

El nacionalismo radical catalán ha puesto la escuela al servicio de un proyecto separatista y resulta fácil comprobar los efectos de  la manipulación  llevada a cabo durante muchos años. Es de todos conocido que cuando  se transfirió la competencia educativa a Cataluña, muchos profesores allí residentes cambiaron sus destinos a otras zonas de España  porque sabían de las intenciones de los que allí se quedaban y no ocultaban: “tan importante como la enseñanza de la lengua era la de crear conciencia de país”. Los separatistas se sirvieron de la enseñanza y de los medios públicos de comunicación para conseguir el fin propuesto: la secesión del resto de España con total desprecio a las leyes vigentes y la creencia de que les saldría gratis. Fernando Savater lo resumió en un esclarecedor artículo: “El gran problema de Cataluña es la educación y la propaganda” y así ha sido durante “cuarenta años de adoctrinamiento”

Es ahora cuando esa mayoría silenciosa y silenciada está  conociendo y sufriendo los efectos del plan segregador trazado hace cuatro décadas, o quizás más.  Carentes de justificación alguna,  ética o jurídica, y  con la excusa de poseer rasgos diferenciadores propios, los independentistas han falseado  la Historia, la Literatura, el Derecho, la Lengua y hasta la Geografía, y  han logrado transmitir un relato eficaz contra la unidad  territorial y social de España en un ambiente de presión, de desprecio y de fanatismo.

La dejadez de los distintos gobiernos nacionales ha llevado a Cataluña a la situación actual; ha permitido a sus gobernantes instaurar un pensamiento único dominante y excluyente,  y aprovecharse de la escuela y de  los medios de comunicación para sembrar y pregonar una ideología perversa. Cuando se traspasaron las competencias educativas no se preocuparon del funcionamiento de los mecanismos de control y hasta hubo quien consideraba  la intervención estatal en el sistema educativo poco progresista. La Alta Inspección sólo ha existido de nombre, ya que no ha ejercido como tal ni ha ejercido sus funciones,  y la educativa ordinaria cuenta con un número importante de  miembros sin oposición,  nombrados por la autoridad autonómica,  método extrapolable y adoptado también en los nombramientos de directores de  Colegios e Institutos.

El sistema educativo debe configurarse dentro de los principios y valores de la Constitución y asentado en el respeto a los derechos y libertades en ella reconocidos. Los alumnos españoles de Cataluña,  y de algún otro lugar, han visto cercenados algunos de sus derechos como el uso de la lengua propia común, el acceso al acervo cultural español y el conocimiento de las Instituciones estatales. Unos contenidos comunes curriculares no son incompatibles con el conocimiento de la lengua vernácula cooficial y la cultura propia de cada Comunidad  Autónoma. La igualdad de todos los españoles requiere ese contenido común que el Estado no ha sabido o no ha querido vigilar, y en su caso imponer cuando se incumplía. Incluso han aprobadas leyes que han contribuido más  a la desvertebración educativa actual que a su unidad. Algunas Comunidades Autónomas   han tendido a priorizar lo que nos separa en vez de aquello  que nos une desde hace siglos a todos los ciudadanos españoles. 

Mientras el problema se acrecentaba,  el Estado se ponía de perfil, miraba de lado, callaba y cerraba los ojos administrativos… No era consciente de la gravedad que la manipulación impuesta a generaciones consecutivas de jóvenes podría incrementar el independentismo y desgarrar la convivencia  de la sociedad pasados los años. Stalin lo había sugerido tiempo años antes: “la educación es un arma cuyo efecto depende de quién la tenga en sus manos y de a quién apunte”. En nuestro caso se sabe perfectamente quién la tenía y hacia quién iba dirigida.

Los independentistas catalanes con su declaración unilateral de independencia han tensado tanto la cuerda  que han llegado a un punto límite de complicado retorno. Ya  no valen ambigüedades ni equidistancias  en negociaciones con quienes han perseguido romper la soberanía nacional de los españoles que les  garantiza la igualdad de los derechos, deberes y libertades.

Hoy más que nunca es necesario un Pacto de Estado por la Educación que la aísle de la confrontación ideológica y dote de estabilidad, rigor e imparcialidad al sistema educativo español. Es preciso que ese Pacto garantice la cohesión del sistema, asegure la cooperación leal entre todas las Administraciones Educativas y frene con todos los medios a su alcance los  desafíos  territoriales presentes y  los conflictos futuros.



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