11 de febrero de 2024

Historias de bulos con Historia. Madrid, mayo de 1936: el bulo de los caramelos envenenados (I de IV)

Cien años habían pasado desde aquella matanza de frailes de 1834 cuando se difundió también por Madrid en 1936 otro “bulo más y semejante al anterior. Las milicias del Frente Popular propagaron, tras las manifestaciones del “1 de Mayo”, que las monjas y catequistas habían repartido caramelos envenenados a los hijos de los obreros por el barrio de Cuatro Caminos, afirmando que habían muerto cinco de ellos en la Casa de Socorro de la Glorieta Ruiz Jiménez.

Hubo quema de conventos y asalto a templos de distintas ciudades, así como apaleamiento de las monjas salesas de Madrid, y todo ello ante la indiferencia del Gobierno republicano. Curiosamente nada de esto llegó a publicarse en los periódicos de la capital. La censura impuesta por la Ley de Defensa de la República no permitía esa información.

Sin embargo, gracias a que en el Diario de Sesiones de las Cortes constan los textos íntegros de los debates mantenidos, hemos podido saber hoy lo que entonces pudo ocurrir. De haber borrado el contenido de aquellas intervenciones como recientemente se ha hecho en el actual Parlamento, la amnesia colectiva lo hubiera hecho desaparecer de la Memoria Histórica.

El 6 de mayo de 1936, Juan Antonio Gamazo, diputado monárquico, tomó la palabra en el Congreso para dejar constancia en el Diario de Sesiones de unos acontecimientos que no tuvieron ningún eco en la Prensa por las razones antes expuestas. Lamentablemente, la historia no era nueva, como pudimos ver en el capítulo anterior, sobre el bulo del envenenamiento de algunas fuentes de Madrid, allá por 1834. Se divulgó entre las gentes que los monjes pretendían matar a las personas para quedarse con sus posesiones. Una vez más el fanatismo y la ignorancia se daban la mano, achacando a los frailes el haberse valido de la peste como un arma venenosa.

Como consecuencia de esta falsedad o “bulo” (“fake” se dice hoy) se produjeron los altercados que podemos leer en el Diario de Sesiones, y del que por su interés se reproducen las intervenciones más relevantes, observando las distintas reacciones ante un mismo suceso. La crispación ya existente entonces anticipaba el inicio de la guerra civil. Tras su lectura cada cual puede sacar sus propias conclusiones.

 

DIARIO DE LAS SESIONES DE CORTES. CONGRESO DE LOS DIPUTADOS.

PRESIDENCIA DEL EXCMO. SR. D. LUIS JIMENEZ DE ASUA

SESION CELEBRADA EL MIERCOLES 6 DE MAYO DE 1936

RUEGOS Y PREGUNTAS. Sucesos ocurridos anteayer en Madrid: preguntas del Sr. Gamazo. Interviene el Sr. Calvo Sotelo. Contesta el Sr. Ministro de la Gobernación. Prorroga de la sesión propuesta y acuerdo. Petición del Sr. Rufilanchas. Contesta el Sr. Presidente. Rectifican los Sres. Gamazo y Calvo Sotelo.

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El Sr. GAMAZO: Voy a desarrollar, señores, en pocas palabras, lo más brevemente posible, el asunto que iniciamos ayer, a última hora, en la Cámara. No os fijéis en las palabras, que, por ser mías, tienen poca importancia y serán malas; pero sí os ruego, Sres. Diputados, que os fijéis en los hechos que voy a relatar, que tienen una gran trascendencia para la tranquilidad del país. Quiero hacer estos comentarios sin pasión de ningún orden, sin más afán que el de remediar en España los males que la aquejan y la grave situación por que atraviesa.

Nosotros, Sres. Diputados, hemos venido aquí con la representación natural de las fuerzas políticas que nos pan traído. No podéis pretender, señores de la izquierda, que hagamos aquí coro a vuestras ideas y a vuestros procedimientos. Debemos responder a los que aquí nos trajeron y seríamos unos traidores a la opinión que nos ha dado su confianza si no siguiéramos esa conducta. Por tanto, las cosas que habréis de escuchar quizá no os halaguen y aparentemente quizá protestaréis; pero en el fondo habréis de comprender que tenemos razón.

Decía yo ayer, y repetía el Sr. Calvo Sotelo, que España vive en la anarquía y en el desorden y que estamos en plena barbarie, y yo quiero, señores Diputados, relataros los hechos ocurridos  en Madrid en un solo día, en un día nada anormal, en un día vulgar, corriente, por la pasión desencadenada de las multitudes, a las cuales no podemos atribuirlas la causa fundamental de sus errores, porque es evidente que no todas las personas tienen la cultura y la mesura debida; pero es preciso que la autoridad, desde su puesto, mantenga con su prestigio la normalidad de función de la vida de un Estado.

Intento de asalto en el convento de Franciscanos, a primera hora de la tarde del día 4; incendio del colegio de niños de San Vicente de Paul, en la calle de la Santísima Trinidad, num.2. Después de las tres y media, incendio en la iglesia de San Sebastián; en la iglesia de Raimundo Lulio prendieron la puerta en la esquina de la calle de Juan de Austria; los encargados de los surtidores de gasolina en las proximidades de los Cuatro Caminos piden auxilio a la Dirección general de Seguridad porque las turbas arrebatan, por la violencia, la gasolina de sus aparatos. En la plaza de Chamberí, esquina a la calle de Santa Engracia; los grupos detienen los coches particulares y les obligan a entregar la gasolina. Ya podéis suponer con que finalidad el arrebato de la gasolina.

En la iglesia de las Comendadoras de la plaza de Chamberí, incendio de las puertas, que apagan los bomberos. A esos bomberos se les reclama en seguida para apagar, en la calle de Galileo, un incendio cuya causa se ignora. No quiero ser apasionado.

Barriada de Tetuán. Incendio de la iglesia situada en la calle de Garibaldi y de una casa propiedad de D. Miguel Mas. Por cierto, señores, para no haceros tan monótona la lectura de esto, he de decir que me extraña que todos estos datos, que yo tengo recogidos de las galeradas de los periódicos censurados, aparecen clara, tranquila y profusamente en un periódico de Bilbao, adonde, sin duda, no alcanza la censura. No me explico el rigor de una censura en Madrid para que a las veinticuatro horas puedan venir las noticias en un periódico de Bilbao o de cualquiera otra parte de España. Me parece una cosa un poco forzada y violenta, y, realmente, de ninguna utilidad; se enteran con veinticuatro horas de retraso las gentes, pero al cabo se sabe lo que ha pasado.

En el barrio de Almenara, la iglesia y la casa del cura, quemadas. A las dos y media arde el colegio de Nuestra Señora del Pilar, anejo a la iglesia de los Ángeles. Las pobres monjas se descuelgan, con unas sabanas, por los balcones. Una señora francesa, apaleada en la calle de Pinos Altos: conmoción cerebral y visceral. A estas horas me dicen que esta pobre señora ha muerto. El Sr. Ministro de Estado sabrá esto, porque yo hablo aquí en nombre de los españoles; las reclamaciones diplomáticas yo no tengo que recogerlas. (El Sr. Ministro de la Gobernación: ¿El nombre de la señora?) La señora doña Fernanda Brunet, cuarenta y ocho años, calle de Joaquín Costa, 23. (Un Sr. Diputado: Está servido el señor Ministro.) Además, no quería hablar de un matrimonio, también francés, el Sr. Eugene Olivier y su mujer, porque no tengo completa seguridad, que en el Metro de Tetuán de las Victorias fueran apaleados, a los gritos de ¡Abajo los envenenadores! Hace años, señores, también se hablaba en Madrid de que se habían envenenado las aguas; pero hace de esto cien años. Yo no quiero decir, no quiero pensar si es que la Historia de España ha retrocedido cien años y que la cultura del pueblo español está donde estaba cien años atrás, porque de eso no somos nosotros los responsables.

Un guardia civil recibe un tiro en la mano, prestando servicio en la carretera, en el lugar de Puerta Bonita. Suenan unos disparos y un hombre que está prestando servicio, cumpliendo con su deber, resulta herido, sin que se sepa de qué.

La tragedia de dona Rafaela Armada de Sanchís es conocida de muchos de nosotros. Una señora que va a recoger a una hija, Carmelita en el convento de la calle de Ponzano; abre una persona - un hombre o una mujer- su saco de mano, encuentra en él unas señas del convento y no sé si una pequeña cantidad, y eso es motivo para que las gentes arremetan contra ella, para que digan que es una envenenadora, la saquen a la calle, la arrastren, le rompan una mano y tenga treinta heridas en la cabeza y un ojo medio perdido; la recoge una ambulancia de la Cruz Roja que pasa por casualidad por el lugar y la llevan  al equipo quirúrgico del doctor Segovia, en la calle de la Flor.

En la calle de Villamil son quince las señoras que hay dedicadas a la enseñanza, que alternan la enseñanza gratuita, en el colegio de la calle de Villamil, con 400 alumnos a quienes enseñan sin recibir nada, y la enseñanza relativamente remunerada en la calle de Francos Rodríguez, en otro local que tienen tomado para ello. Estas personas, a la vuelta de un colegio a otro, se encuentran con una multitud, que supone que son las envenenadoras; arremeten con ellas, les arrancan los pelos, las arrastran por las calles, les rompen las ropas, las hieren, y esto, señores, sin ninguna protección.

Yo comprendo, Sr. Ministro de la Gobernación, que no es posible que la fuerza pública esté en cada momento a la medida de la necesidad o de la angustia de la situación.

Yo sé que S. S. se ha preocupado de otras cosas; pero lo que tengo que decir es que la autoridad no es solo la fuerza pública. La autoridad se compone de dos factores: la fuerza material, que la impone, y el respeto, la fuerza espiritual, que la sostiene, y aquí, señores, la fuerza espiritual la ha perdido por completo el Gobierno; no es más que con la fuerza violenta con lo que se reprimen los movimientos, y es preciso que la autoridad en España recobre la fuerza espiritual, que la ha abandonado.

Cuatro monjas de un Patronato de enfermos, una de ellas Andrea de Miguel, en Cuatro Caminos, son arrastradas; pierden parte del cuero cabelludo.

Esto, señores, yo creo que es bastante; creo que a cualquier espíritu cruel le llenaría de satisfacción, de tranquilidad.

… … … … … …

Combatís al fascismo, os duele el fascismo, y yo os digo que el fascismo lo creáis vosotros. En las elecciones por Valladolid estuve enfrente de Primo de Rivera. En aquella elección ¡qué pocos votos tuvo en España! Pues bien; yo os digo que en las elecciones de Cuenca, en los pueblos donde yo he estado, digan lo que digan las actas, los primeros lugares eran para Primo de Rivera. Esa es vuestra obra.

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