23 de febrero de 2015

“El Manifiesto Electoral Nacional” del PP, 200 años después del “Manifiesto de los Persas” (I de III)


La publicación del “Manifiesto Electoral Nacional” del Partido Popular nos trae el recuerdo de otro, conocido como “El Manifiesto de los Persas”. Entre ambos han pasado 200 años. Y aunque los tiempos y las circunstancias han cambiado, existen curiosas coincidencias como podremos comprobar a lo largo de las tres entradas de esta serie.

Acababa de regresar a España el rey Fernando VII, “El Deseado”, cuando le entregaron el documento  que así empezaba:

 Manifiesto
Que al Señor Don Fernando VII hacen en 12 de abril del año de 1814 los que suscriben como diputados en las actuales Cortes ordinarias de su opinión acerca de la soberana autoridad, ilegitimidad con que se ha eludido la antigua Constitución Española, mérito de esta, nulidad de la nueva, y de cuantas disposiciones dieron las llamadas Cortes generales y extraordinarias de Cádiz, violenta opresión con que los legítimos representantes de la Nación están en Madrid impedidos de manifestar y sostener su voto, defender los derechos del Monarca, y el bien de su Patria, indicando el remedio que creen oportuno.

SEÑOR:
1.- Era costumbre en los antiguos Persas pasar cinco días en anarquía después del fallecimiento de su Rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a ser más fieles a su sucesor. Para serlo España a V. M. no necesitaba igual ensayo en los seis años de su cautividad, del número de los Españoles que se complacen al ver restituido a V. M. al trono de sus mayores, son los que firman esta reverente exposición con el carácter de representantes de España; mas como en ausencia de V. M. se ha mudado el sistema que regía al momento de verificarse aquélla, y nos hallamos al frente de la Nación en un Congreso que decreta lo contrario de lo que sentimos, y de lo que nuestras Provincias desean, creemos un deber manifestar nuestros votos y circunstancias que los hacen estériles, con la concisión que permita la complicada historia de seis años de revolución.
Continuaban 142 párrafos más, una despedida suplicatoria y la relación de los 69 firmantes. Con este informe, conocido como el “Manifiesto de los Persas” por el comienzo y relato del párrafo primero, solicitaban al rey la supresión de “Las Cortes de Cádiz”,  la abolición de la  “Constitución de 1812” y la vuelta al Antiguo Régimen con sus estamentos tradicionales. 


Resulta curiosa la asociación  de “la anarquía  de cinco días en la que se sumían los persas  con los  dos años vividos  en el liberalismo traído por la Constitución de Cádiz (1812)”.  Los diputados firmantes proponían también reformas administrativas y políticas que mejoraran la ya incipiente convulsa sociedad española.

El rey aceptó el Manifiesto e hizo que se difundieran sus  ideas por la prensa y fueran conocidas en cualquier rincón de España, anticipándose a las estrategias que los partidos políticos de  hoy emplean para la divulgación de  sus propuestas. El día 4 de mayo siguiente, Fernando VII decretó el restablecimiento del “absolutismo”, con el apoyo incondicional del pueblo  que lo veía como al salvador de la patria, como  hoy mismo se echa en manos del  líder político de turno  que le prometa solucionar sus problemas.
 
La nobleza y el clero apoyaron la vuelta a 1808, por el  puro interés personal y  la recuperación de sus privilegios.

 Se restableció el poder ilimitado del rey, la alianza Iglesia- Monarquía con la fórmula recuperada de “Rey por la gracia de Dios”,  y  la unidad de los estamentos tradicionales con la Corona. En consecuencia, se paralizaron los  cambios sociales y políticos: desamortización, reforma fiscal y libertad de imprenta y de pensamiento. Con el cambio, se organizó  una  campaña de desprestigio contra los adversarios políticos, acusándolos de revolucionarios  antimonárquicos, portadores del liberalismo y de  la masonería.

Resultan relevantes las ideas contenidas en el Manifiesto:
134.- La monarquía absoluta (voz que por igual causa oye el Pueblo con harta equivocación) es una obra de la razón y de la inteligencia: está subordinada a la ley divina, a la justicia y a las reglas fundamentales del Estado: fue establecida por derecho de conquista o por la sumisión voluntaria de los primeros hombres que eligieron sus Reyes. Así que el Soberano absoluto no tiene facultad de usar sin razón de su autoridad (derecho que no quiso tener el mismo Dios): por esto ha sido necesario que el poder Soberano fuese absoluto, para prescribir a los súbditos todo lo que mira al interés común, y obligar a la obediencia a los que se niegan a ella. Pero los que, declaman contra el Gobierno monárquico, confunden el poder absoluto con el arbitrario; sin reflexionar que no hay Estado (sin exceptuar las mismas Repúblicas), donde en el constitutivo de la Soberanía no se halle un poder absoluto. La única diferencia que hay entre el poder de un Rey y el de una República es que aquel puede ser limitado y el de esta no puede serlo: llamándose absoluto en razón de la fuerza con que pueda ejecutar la ley que constituye el interés de las sociedades civiles. En un gobierno absoluto las personas son libres, la propiedad de los bienes es tan legítima e inviolable, que subsiste aun contra el mismo Soberano que aprueba el ser compelido ante los tribunales, y que su mismo Consejo decida sobre las pretensiones que tienen contra él sus vasallos. El Soberano no puede disponer de la vida de sus súbditos, sino conformarse con el orden de justicia establecido en su Estado. Hay entre el Príncipe y el Pueblo ciertas convenciones que se renuevan con juramento en la consagración de cada Rey: hay leyes, y cuanto se hace contra sus disposiciones es nulo en derecho. Póngase al lado de esta definición la antigua Constitución Española, y medítese la injusticia que se le hace.

135.- Los más sabios Políticos han preferido esta monarquía absoluta a todo otro gobierno. El hombre en aquella no es menos libre que en una República; y la tiranía aún es más temible en esta, que en aquella. España, entre otros Reinos, se convenció de esta preferencia y de las muchas dificultades del poder limitado, dependiente en ciertos puntos de una potencia superior, o comprimido en otros por parte de los mismos vasallos. El Soberano, que en varios extremos reconoce un superior, no tiene más poder que el que recibe por el mismo conducto por donde se ha derivado la soberanía; mas esta monarquía limitada hace depender la fortuna, del Pueblo de las ideas y pasiones, del Príncipe, y de los que con él reparten la soberana autoridad. Dos potencias que deberían obrar de acuerdo, más se combaten, que se apoyan. Es arriesgado que todo dependa de uno solo, sujeto a dejarse gobernar ciegamente; y es más infelicidad por razón opuesta, que todo dependa de muchos que no se pueden conciliar, por tener cada uno sus ideas, su gusto, sus miras, y sus intereses particulares… (Continúa)

Y así terminaba:
143.- Estos son, Señor, nuestros deseos, y las causas que los han impulsado. Por todo se penetrará V. M. del estado de España, de sus sentimientos, y de la rectitud que nos conduce a este justo paso de sumisión debido a vuestra soberanía…(Continúa)

SEÑOR
La divina Providencia nos ha confiado la representación de España para salvar su religión, su Rey, su integridad y sus derechos a tiempo que opiniones erradas y fines menos rectos se hallan apoderados de la fuerza armada, de los caudales públicos, de los primeros empleos, de la posibilidad de agraciar y oprimir, ausente V. M., dividida la opinión de sus vasallos, alucinados los incautos, reunidos los perversos, fructificando el árbol de la sedición, principiada y sostenida la independencia de las Américas, y amagadas de un sistema republicano las Provincias que representamos:...Suplicamos a V. M. con todas las veras de nuestro corazón, se digne enterarse, y con su soberano acierto, enjugar las lágrimas de las Provincias que nos han elegido, y de los leales españoles que no han cesado de pedir a Dios por la restitución de V. M. al trono, y hoy por la dilatación de sus días para labrar su felicidad.



Fernando VII restableció el "absolutismo", pero la inestabilidad se adueñó de sus Gobiernos. A pesar del cambio  constante de Ministros, el desgobierno se prolongó  durante seis años, hasta el golpe militar de Riego. Aunque los Ministros no estaban mal preparados, había demasiados problemas que los sobrepasaban. El auténtico gobierno era  “la camarilla” de consejeros privados  del rey que obtenían favores a cambio de lisonjas. Fernando VII disponía de una inteligencia normal, pero le faltaban virtudes personales,  familiares y sociales. Gobernar España ya no era tan fácil en aquellos años, porque las nuevas ideas no  se podían anular  ni esconder.


El gran problema de los Gobiernos de Fernando VII fue la quiebra financiera del Estado. La mayoría de las tierras pertenecían a la Iglesia y a la Nobleza que no pagaban impuestos. La Guerra de Independencia diezmó las arcas públicas y cada vez llegaba menos oro desde las colonias americanas que ya iban cortando su dependencia de España. Se generó un enorme  déficit. Pero estas circunstancias no mermaron la codicia del monarca, que según Ángel Fernández de los Ríos, “tenía antes de su muerte 500 millones de reales depositados en el Banco de Londres, al tiempo que la deuda nacional había aumentado durante su reinado en 1.745.850.666 reales.”

Poco a poco se fue organizando un movimiento liberal que, saliendo de la clandestinidad,  luchó contra el absolutismo de Fernando VII. Tras varios intentos frustrados, triunfó el pronunciamiento de Riego el 1 de enero de 1820, reinstaurándose la Constitución de Cádiz.

En la próxima entrada analizaremos el "Manifiesto Electoral Nacional" del Partido Popular.

1 comentario:

  1. Lo de llevarse el dinero fuera no es nuevo y vaya ejemplo el del rey felón, qeu no fue malo porque ha tenido muchos seguidores

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